العرائش نيوز:
Otoñanzas VIII: Música
بقلم: إيميليو كاسترو 
صحفي و مصوّر سابق بجريدة “لافان جوارديا”
Por Emilio Castro
-fotoperiodista en el periodico “la Vanguardia
Le hubiera gustado que al escucharla, la gente enmudeciera de placer. Provocar admiración y oír clamorosos aplausos en los teatros más importantes. Habría querido ser un piano de cola, tan sonoro y elegante, recibiendo los juguetones golpes de muchos martillitos sobre sus cuerdas, haciendo que el sonido reverberase en su gran caja de madera. ¡Bravo, bravo! Gritarían melómanos de todo el mundo. O… ¿por qué no ser un enorme órgano con tubos que se elevasen hasta el cielo? Estremecerse como lo hacía una vieja pariente, a la que una vez, le acarició las teclas un famoso organista e hizo que se llenara todo el aire de notas tristes, consiguiendo que llorase hasta el monaguillo de la catedral de Colonia. Incluso habría sido divertido trabajar, como órgano a pilas, amenizando las acrobacias de blanquita, una cabra que trabajaba para unos gitanos en el centro de la ciudad.
Ay, si hubiese nacido guitarra flamenca para ser jaleada en una cueva del Sacromonte, trombón de vara en una banda de Jazz, tambor de Calanda, o por lo menos un castizo organillo madrileño, yendo y viniendo por la calle de Alcalá.
Le consolaba pensar que al menos era un instrumento musical, o… ¿no lo era? A veces la realidad era confusa, mezclaba sus deseos sinfónicos con su humilde condición de suvenir. Por más que lo intentase su melodía era siempre la misma, “Berliner Luft”, una polka graciosilla muy famosa en Berlín, pero que aquí no conocía nadie.
Su vida era una acción repetitiva. Alguien le daba órdenes a golpe de manivela y ella volvía a interpretar con desgana la musiquilla de marras. Si al menos no estuviese tan sola. Si formase parte de una caja de música, actuaría con una hermosa bailarina casi a diario. Disfrutaría de sus movimientos robóticos, pero elegantes. Podría mirarle las piernas siempre que quisiera y quién sabe, con el tiempo quizá surgiría algo entre ellas, aunque no supiera muy bien el qué.
Pero los dioses de la mecánica no fueron generosos. Era muy pequeña y al no tener caja de resonancia, su voz era demasiado débil y metálica. No podría componer nunca una canción, claro que bien visto, no podrían hacerlo, ni todos los instrumentos de la sección de cuerda de la Orquesta Sinfónica de Londres juntos.
La verdad le acomplejaba un poco, pero daba lo mismo, seguiría soñando noche tras noche con un público entregado que le rogase entre vítores que volviera a interpretar su música.
Aunque era consciente de sus limitaciones pensó que es triste no tener talento, pero lo es aún más no tener sueños, aunque fuesen imposibles.

